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Por Luciano Sáliche
En una mañana habitual en Casa Rosada, el periodista Fabián Waldman de FM La Patriada le pregunta al vocero presidencial Manuel Adorni en qué contribuye un like que dio Javier Milei. En sus largas jornadas de ansiedad digital el Presidente retuitea y favea tuits que idolatran su figura y denigran opositores. Uno de ellos, al que se refiere el periodista, es una imagen del porno con cuatro hombres adultos, enormes, negros, y una mujer adolescente, pequeña, blanca. Ella está sentada en un sillón, de piernas cruzadas; detrás, los hombres. El tuit que favea Milei le cambia los rostros a los cinco actores porno. Los hombres son Eduardo Feinmann, Esteban Trebucq, Luis Majul y Pablo Rossi: periodistas oficialistas. La mujer es Ignacio Torres, gobernador de Chubut. “En LN+ se están cojiend@ ak gobernador de Chubut, Torres», escribe un ignoto usuario que, hay que aclararlo, tiene la cuenta verificada: esto significa que mientras más visualizaciones tenga el tuit, más dinero cobra. Así funciona Twitter, ahora X, desde que Elon Musk compró la plataforma.
En aquella mañana, y ante aquella pregunta, Adorni esquivó el tema, le quitó importancia, surfeó la tensión. Luego, desde la cuenta oficial de Vocería Presidencial publicaron un video donde, bien editado, mostraban la respuesta de Adorni, sobradora, soberbia, quitando el contexto. Mostraron que la pregunta del periodista era por un like, pero no el contenido de ese tuit. A los pocos días, en otra habitual mañana de Casa Rosada, Milei sorprendió a los periodistas que esperaban por Adorni. El Presidente se acercó a darle la mano a Fabián Waldman y le dijo: “¿Cómo anda, señor domado?” Al video de esa respuesta la levantaron varios medios y, de nuevo, evitaron mencionar el origen: el meme porno, el like, la humillación. Esto es apenas una anécdota que pronto olvidaremos, pero como exemplum funciona. Hay más likes, incluso algunos más ofensivos, hay más escenas —festejos de despidos y de cierres de organismos públicos, etcétera—, no importa, vayamos al grano: ¿qué hay detrás de esta crueldad, que si bien es estética, también es programática?
1. La crueldad no es otra cosa que una estrategia distractiva
Detrás de todo golpe hay un motivo, detrás de la violencia hay un dolor. Sí, la lectura psicologista puede funcionar: a Javier Milei le negaron afecto desde que era un chico. Al menos, eso cuentan las fuentes cercanas. ¿Gobernar desde la venganza personal? Esa explicación seduce pero no alcanza. Mientras se burla de cualquier opositor, él, sus acólitos y el fandom, ocurre la política: la toma de decisiones, un plan económico que aumentó la pobreza sostenidamente en apenas unos meses, que provocó una recesión sin precedentes, que reprimió la disidencia. En ese aspecto, la crueldad no es otra cosa que una estrategia distractiva: el caballo de troya que el arco progresista, izquierdista y popular enfrenta día a día mientras de una puertita, bajo el animal de madera, sale lo que verdaderamente está destruyendo el país. Mientras tanto, en las redes sociales, un nutrido grupo de trolls verificados genera el disturbio necesario para mantener a todo el mundo entretenido con las acrobacias de la indignación. Hay que decirlo: la estrategia funciona. He aquí el gran obstáculo: la necesidad que imponen las redes sociales de “reaccionar” al atropello.
Ahondemos un poco más. Si la crueldad es una estrategia de distracción, entonces el gobierno es consciente de su efecto. La pregunta sería: los indignados ¿no lo son? O mejor: ¿por qué se continúa discutiendo contra serpentinas, por qué se pone toda la fuerza en ese terreno discursivo y, viendo el panorama completo, superficial, por qué no se amaina el debate eterno contra posiciones reaccionarias y radicalizadas, aún sabiendo que no hay argumento posible contra un tipo que cree que “los gays son insanos”? Hay varias respuestas. Una es la tranquilidad que genera confrontar desde el bien. Otra es la creencia de que dar esas discusiones es algo necesario. Y finalmente, que la democracia digitalizada y sometida a las reglas del capitalismo generó un abismo entre militar en el orden del discurso y hacerlo en la calle. O, en términos marxistas: la diferencia entre quedarse en la superestructura sin pisar la estructura. Llegado a este punto hay que admitir que esa crueldad es una impostura —la exageración de un argumento para correr el eje de la discusión—, una trampa.
2. La crueldad siempre estuvo ahí, solo se sofisticó
En La gaya ciencia, libro que también se lo conoce como La ciencia jovial o El alegre saber, publicado en el año 1882, Friedrich Nietzsche escribía que “se tiende a considerar (…) que en estas épocas de corrupción existe una mayor dulzura que en las precedentes y que, en comparación con las épocas más creyentes y fuertes, la crueldad ha retrocedido considerablemente”. Hace un siglo y medio y la idea cala hoy. ¿Qué clase de sentido común presiona con que somos mejores? Si el progresismo logró instalar agendas y conquistar derechos de minorías fue a fuerza de disputar la idea de que el hombre es malvado por naturaleza. ¿Acaso no lo es? La cuestión radica en pensar que la maldad ya no acecha o, mejor dicho, está contenida en ciertas prácticas políticas deshumanizantes, en una suerte de anomalía que persiste de forma minoritaria. Pero no, la crueldad sigue ahí, sigue acá.
Para Nietzsche, “ahora la crueldad se hace más sofisticada”. Dice que “sus formas más antiguas atentan contra el buen gusto, aunque en épocas de corrupción las heridas y torturas mediante palabras y miradas alcanzan su pleno desarrollo; asimismo, en tales épocas se crean tanto la maldad como el placer por la maldad. Los hombres de la corrupción son muy ingeniosos y agresivos; saben que existen otras maneras de matar diferentes a las causadas por un puñal y un golpe de mano, y no desconocen que todo lo que se dice bien goza de credibilidad”. La crueldad, entonces, no fue suprimida ni “superada”, sino que se adaptó a la nueva época, con nuevos límites, con nuevas prohibiciones. Es una buena forma de abordar cualquier tiempo histórico: lo que está permitido y lo que es tolerado va cambiando constantemente y no mutan de forma progresista, sino que hay avances y retrocesos, saltos y caídas.
Si ya no se puede salir a torturar libremente, ¿la crueldad implica cierta inteligencia? Para que esa crueldad ingrese en el discurso público y sea tolerable, incluso celebrable, pero sobre todo interesante, es necesario cierta planificación o, al menos, establecer una narrativa sofisticada. De nuevo: empalmar con la época, encastrar la pieza en el medio de sus permisos, encajar el golpe donde nadie lo esperaba pero todos lo pedían, incluso los golpeados. Una crueldad que se forma con los retazos fantasmagóricos de un pasado violento y asesino, pero que ahora, en esta época, donde la tortura ya no es tolerable, ya no hay lugar pero esos grados de violencia, aparece bajo formas nuevas. La pregunta por la sofisticación amerita poner en duda su inteligencia: ¿o acaso no vemos cierta estupidez arrebatada en humillar al adversario, al opositor? Quizás esa sea la máscara que abrió el camino, que generó su devenir, su lugar en el discurso público actual.
3. La crueldad es otra forma rápida de la trascendencia
“¿No vieron El ciempiés humano?”, preguntó un amigo bajo una noche estrellada y silenciosa, y pasó el porro. Nuestras sonrisas extasiadas se fueron desfigurando a medida que se detallaba el argumento y las escenas de esta saga escrita y dirigida por Tom Six, que tiene una primera película en el año 2009, una segunda en 2011 y una tercera en 2015. En las tres, hay un hombre que decide anexar personas uniendo boca y ano, una a una, todas en hilera, y crear así un ciempiés humano. “Nos juntábamos a verla entre varios. El chiste era verla entera, sin taparse los ojos, aguantar”. Las películas no tienen más que un argumento estremecedor: impacto, asco, gore. En simultáneo, internet crecía como biblioteca digital pero también como basurero cultural. En los foros marginales se encontraban los puntos de conexión entre esta saga y la realidad. Empezó a ser bastante sencillo acceder a material sensible: asesinatos, accidentes, cadáveres, amputaciones, deformaciones. Los eddys, los provocadores, proliferaron sobre los hombros de este contenido.
En 2007 le dan cadena perpetua a Aleksandr Pichunskin, un ruso obsesionado con el ajedrez que quería asesinar tanta gente como casillas tiene un tablero: lo condenaron por 48 homicidios, él dice que fueron 61, que le faltaron tres para completar su objetivo definitivo. El caso es interesante porque el tipo quería demostrar dos cosas. Por un lado, que tenía un plan, que su sadismo era planificado, que era un asesino inteligente. Y por otro lado, que había hecho más de lo que pensaban, que había matado más gente de lo que los investigadores contaban, que era incluso más cruel de lo que la Justicia había determinado. Esto está relacionado con los medios masivos de comunicación, con la posibilidad de “hacer obra”. No hace falta remitirse a Andy Warhol y su máxima de que “en el futuro todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”. Hace falta pasear por ese gran universo mediático que va de la tele a las redes.
Hace unos diez años que los portales encontraron en el arte de la titulación un camino directo a la monetización de sus noticias. La palabra que mejor lo define es esta: polémica. De cualquier entrevista televisiva a un dirigente más o menos confrontativo podía extraerse una frase y resaltarla, exagerarla, radicalizarla, incluso tergiversarla en función del click. Fue fácil, lo sigue siendo. La viralización es una estrategia de mercado. La pregunta es siempre la misma: ¿a qué costo? El grupo de trolls que funciona como el fandom verificado de Milei lo tiene claro: lo que importa es estar en boca de todos. Que nos odien, que nos amen, no importa: estar. Y en ese estar, que supone ser imparcial, que supone dejarse llevar, como si los caminos de la masividad fuesen naturales, se juega el color del anarcocapitalismo: sin exclusión, sin desigualdad, sin individualismo, sin crueldad, no existe.
4. La crueldad es un síntoma de la endogamia
En un informe del Instituto Reuters de la Universidad británica de Oxford sobre la actualidad informativa argentina, Pablo J. Boczkowski y Eugenia Mitchelstein sostienen que “el consumo general de noticias, incluyendo desde la prensa escrita y la televisión hasta los medios digitales y las redes sociales, ha menguado de manera constante en los últimos ocho años, lo que refleja niveles persistentes de desconfianza y una creciente evasión de noticias”. Nada que no se intuya. Pero hay datos que lo sostienen: en uno de los gráficos se ve la caída pronunciada de 2017 a 2024: la que más cayó es la televisión, del 81 al 54%; la que menos, las redes sociales, del 74 al 59%. Si la agenda informativa no es un anclaje importante para entender “lo que está pasando”, ¿qué sí lo es? Si la ficción de objetividad del periodismo expulsa, ¿qué es lo que hoy atrae? Su opuesto: la ficción de subjetividad de la militancia digital: el fandom.
Hay dos textos muy interesantes sobre este asunto. Uno es de Diego Vecino que muestra cómo la lógica fan reemplazó al modelo de la crítica cultural: el peso del ejército de fanáticos de una saga de superhéroes es infinitamente superior a la influencia que pueden ejercer tres o cuatro sesudos críticos de cine. El otro texto es de Leyla Bechara que da una continuación de esa idea y plantea que solo estos fandom pueden traccionar lo suficiente como para provocar cambios políticos y salir, no solo de este limbo de ajuste y recesión, incluso superar el “empate hegemónico” que atrapa a la Argentina en los últimos veinte años. Textos interesantes, sí, pero tristes en sus hipótesis: en su necesidad de “entender el fenómeno libertario” no pueden más que abrazar un derrotismo fatal y entregarse a los vaivenes del mercado electoral rezando que algún fandom —a los que le confieren casi tanta autonomía como vitalidad— proponga “algo que enamore”.
Lo interesante de la cultura fan, sobre todo en esta época, bajo estas reglas, es cuando sale de la ronda, se da vuelta e instala tendencias. No siempre sucede, pero cuando lo logra es un espectáculo digno de ver. Porque en ese choque con el afuera, con eso que llamamos burdamente realidad, está lo fundamental. Y en los ejemplos de fandom que cita Bechara se ve con mucha claridad: ni los hagoveros, ni los laliters ni los fans de moreno, pero tampoco los tipos que adoran Star Wars o The Avengers, ¡y ni hablar los libertarios!, están dispuestos a aceptar que su “verdad” es una más en el mercado, una más de la góndola, una más que tiene su relación particular entre precio y calidad, entre costo y beneficio. Y es ahí, cuando se produce ese choque, cuando no hay argumentos que den cuenta lo inexorable de su “verdad”, cuando se cae en aquella vieja idea de que “no hay diálogo con un fanático“, es que aparece la ofensa, la humillación, el descanso —que es en grupo, como todo fandom— y la crueldad, esta vez como síntoma de la endogamia.
5. La crueldad es el envoltorio plateado de la estupidez
La bondad existe; la maldad también. Hay una nueva crítica al progresismo, que no es para nada nueva, que hace una década sonaba solitaria en algunas revistas culturales y que ahora se volvió mainstream, y dice que mirar la realidad política en términos de buenos y malos es un reduccionismo infantil y un tranquilizante autocompasivo. Pero aunque la política sea algo mucho más complejo, insisto: la bondad existe, la maldad también. Es cierto que es más fácil estafar al bondadoso que engañar al estafador, pero si eliminamos el componente malvado en el análisis de la crueldad libertaria, si eliminamos el juicio moral al ver qué hay detrás de esas prácticas denigrantes, humillantes, crueles, si simplemente nos detenemos a mirar sin juzgar qué hay cuando quitamos el envoltorio plateado de la crueldad, ¿qué ocurre?
Quizás acá sí es necesario dejar la abstracción y pensar en algunos referentes de La Libertad Avanza. Empecemos por Ramiro Marra. Bueno, sí, es cierto, no hay mucho que analizar. Empecemos, mejor, por Lilia Lemoine. ¿Tampoco? ¿Diana Mondino, Luis Petri, Patricia Bullrich, Juan Pablo Carreira, Iñaki Gutiérrez? No escatimemos, vayamos al centro, a la cumbre: Javier Milei. ¿Por qué dice, en un escenario de recesión, de enorme pérdida del poder adquisitivo, de ajuste, de represión, de entreguismo, que “probablemente [le] den el Nobel de Economía”, que está “reescribiendo gran parte de la teoría económica”, que es “el máximo exponente de la libertad a nivel mundial”? Si no es una cuestión distractiva, si no es una sofisticación, si no es un afán de trascendencia, si no es un síntoma de la endogamia, la respuesta podría ser, tal vez, que detrás de la crueldad hay estupidez.
Etiquetas: Aleksandr Pichunskin, Crueldad, Fandom, Friedrich Nietzsche, Javier Milei, La Libertad Avanza, Leyla Bechara, Tom Six