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22-11-2024 Notas

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Por Pablo Manzano

Sentimientos y sensaciones son para Mark Solms sinónimo de pulsiones, y parecen motivarnos por debajo del umbral de la conciencia. Hay en esta última idea, dice, un poco de freudismo que forma parte del sentido común. El neurocientífico sudafricano, aunque reivindica los aportes de Freud, afirma que los afectos, sentimientos o pulsiones son conscientes por definición: la esencia de la conciencia. Aunque no sepamos siempre por qué sentimos lo que sentimos, sí sabemos que sentimos.

 

La valencia hedónica

Es lo que distingue a los estados afectivos: placer y displacer. Vale tanto para los afectos corporales (los primeros en aparecer en la evolución) como para los emocionales. El hambre y la ansiedad, como el miedo y la hinchazón intestinal, sientan mal, y sienta bien aliviarlos, por una u otra vía. Todos los afectos, según Solms, cuentan largas historias evolutivas, pues nos dicen si vamos bien o mal y nos obligan a hacer algo (incluso a desmayarnos, si fuera necesario). La valencia hedónica refleja la función biológica de la conciencia y el sistema de valores en el que se fundamenta la vida: es bueno reproducirse (de ahí, dicen, el placer de follar) y es bueno sobrevivir (dejar el sexo después de un rato y concentrarte en tus obligaciones). Es malo no hacerlo.

 

La pulsión como medición

Parece ser que Freud definía la pulsión como medición de la demanda de trabajo que se le hace a la mente a raíz de su conexión con el cuerpo. Los afectos (manifestación subjetiva de las pulsiones, según Solms) miden esas demandas. La asfixia demanda un reequilibrio de gases en la sangre; la hipotermia, un retorno a una temperatura viable; el dolor por separación, la superación o el reencuentro. No es que toda demanda sea consciente, dice Solms, algunas necesidades (metabolismo, control cardiovascular) pueden registrarse y regularse de forma autónoma. Pero son las que se sienten (donde la conciencia juega un papel) las que activan una acción voluntaria, las que reciben un trato prioritario, las que nos obligan a elegir. Ante la perspectiva de sexo o muerte, deberás elegir entre ponerte a salvo o ponerla. 

 

Sistema de activación reticular

Región enredada y densa del tronco encefálico que Solms señala como el manantial oculto de la mente, el punto del que surge la conciencia. Es de gran interés para anestesistas y psiquiatras. Un daño en esta estructura produce el coma, y su estimulación produce excitación o angustia, placer o disgusto. Así lo demuestran diversas probaturas que actúan sobre neuronas relacionadas con esta región: electrodos implantados, antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos, tomografías por emisión de positrones durante el dolor, resonancias magnéticas durante el orgasmo (vaya a saber cómo realizan este último estudio). Solms concluye en que la única parte del cerebro necesaria para despertar o apagar la conciencia (en su conjunto) tiene una gran influencia sobre otra función mental: sentir. «Las fuentes neurológicas del afecto y la conciencia están muy entrelazadas, eso si no son la misma maquinaria».

 

Modulación postsináptica

Las neuronas se comunican entre sí de dos formas, y su distinción es importante, dice Solms, para entender la conciencia. La transmisión sináptica (la más popular: neurotransmisores) recuerda a la computación: es binaria, es rápida, es cortical y no necesariamente consciente. La modulación postsináptica (menos conocida: neuromoduladores) es caótica, mucho más química y tiene que ver con la excitación, con el sentir, con la consciencia. Los neuromoduladores proceden de todo el cuerpo (glándulas incluidas cuyas hormonas llegan al cerebro vía sangre), pero si hablamos del cerebro la fuente de excitación que los libera se halla en el sistema de activación reticular, o sea en el tronco, o sea en las estructuras subcorticales (para Solms no toda conciencia es cortical, y la corteza solo adquiere consciencia en la medida en que es excitada por el tronco). Los neuromoduladores envían mensajes que flotan en las redes cerebrales y que solo se hacen presentes cuando es necesario, modulando señales y generando excitación mediante demandas de trabajo. La respuesta a esas demandas (pulsiones) puede ser automática, hasta que se requiere (se siente, conscientemente) que sea voluntaria. Pasar a la acción: satisfacción o muerte.

 

Sustancia Gris Periacueductal

Es lo que Freud, según Solms, describió como núcleo primitivo del cerebro y su interior más recóndito. Crucial para entender dónde y cómo se produce el salto al sentimiento, y por ende las respuestas voluntarias. Lesiones en la SGP afectan a la voluntad, aunque el daño en el tejido cerebral sea mínimo: la mirada perdida en un vacío psicoafectivo, sin excitación, sin intencionalidad. La SGP es el centro de la excitación, la salida para comportamientos emocionales, no en el sentido de perder la compostura, sino de actuar para seguir vivos. Ella nos guía en la evaluación de las señales de error (algo va mal: priorizar, aplazar) y la posterior elección: qué hacer a continuación. Las decisiones son puramente afectivas y guiadas por la SGP, dice Solms, antes que por la cognición.

 

Procesamiento cortical

Activación de las imágenes de la memoria para predecir y actuar. Los recuerdos, aunque se refieren al pasado, no son meros registros del pasado, sino programas de acción para el futuro, o para «predecir el presente». ¿Por qué tratar todo lo que hay en el mundo como si nunca lo hubiéramos visto antes?, dice Solms. Lo que aparece en la consciencia al percibir, entonces, no son fotones en bruto, sino inferencias predictivas derivadas de la memoria. Ante situaciones predecibles (conocidas), menos excitación y menos consciencia (piloto automático). Ante situaciones imprevistas, mayor consciencia y sentimiento para evaluar, actuar y resolver. Cuando el cerebro modula a la baja una señal de error y no se reajusta el programa de acción, tampoco se aprende de lo anterior (la experiencia): algo está destinado a acabar mal.

 

Exteroceptivo

Son los datos entrantes que llegan desde afuera a través de los sentidos. Solms cree que en la experiencia consciente no son menos importantes los aportes sensoriales que llegan desde dentro. «En su origen la conciencia es afecto, luego se extiende hacia el exterior, hacia la percepción».

 

Prosencéfalo como ganglio simpático

Según Freud, la parte del cerebro que juega un papel fundamental en las sensaciones internas. Según Solms, son estos afectos y no meras percepciones lo que se produce a partir de las señales entrantes: al ver, oír, oler, saborear o tocar. «La conciencia conecta nuestros afectos internos con representaciones del mundo exterior».

 

Física freudiana

¿Cómo explicar la experiencia fenoménica subjetiva que acompaña a la fisiología objetiva del cerebro? Solms descarta la metafísica y se inclina por abordar la cuestión como, según él, lo hizo Freud. Aunque incapaz de saber cómo las demandas de las pulsiones se convertían en energía mental, Freud creía que esta energía podía medirse (con los medios apropiados), cuantificarse, reducirse a ecuaciones y leyes físicas.

 

Homeostasis

Lo que garantiza estar dentro de unos límites fisiológicamente viables. Las leyes de la homeostasis, dice Solms, no solo son aplicables a las necesidades corporales (mantener nuestra temperatura dentro de unos niveles impidiendo que se iguale con la del ambiente: imposible en estado de coma, inconsciente), sino también a las emocionales, que, para él, no son menos biológicas. Tanto lo uno como lo otro requiere de un trabajo regulado, por lo que estas leyes podrían explicar los sentimientos subjetivos que rigen acciones y decisiones, es decir la conciencia. Si estos afectos, como dice Damásio, son una forma de homeostasis, la conciencia, dice Solms, es homeostática. Y si la homeostasis se puede reducir a leyes, mecanismos y ecuaciones, lo mismo ocurre con la consciencia. Damásio, a diferencia de cómo habría reaccionado el Freud de Solms, no compró esto último –«¿Por qué insistes en reducir la conciencia a algoritmos?», le habría dicho el portugués–, por lo que el sudafricano compara a Damásio con el Einstein que rechazó el principio de indeterminación de Heisenberg –«Dios no juega a los dados»–. Caso típico, según Solms, del científico que se opone a lo que deriva de una idea que él mismo ha aportado.

 

Baja entropía

Esencial para mantener una gama limitada de estados probables para una mayor predictibilidad. La homeostasis nos mantiene dentro de parámetros previsibles, de un rango limitado de probabilidades (una temperatura corporal, por ejemplo, entre 36,5 ºC y 37,5 ºC). Salirse de esos parámetros aumenta la entropía, ya que supone más estados probables, es decir menos predecibles, por lo que reducir la entropía es un imperativo biológico. No todo lo que existe en la naturaleza son cosas visibles y tangibles, dice Solms, pero todo está sometido a las leyes de la probabilidad. Lo que se aplica a gases, según la Segunda Ley de la Termodinámica, sería aplicable a procesos psicológicos de toma de decisiones. Para decidir hay que obtener información, y para ello hacerse preguntas; cuanto mayor probabilidad presenten las respuestas peor para nosotros: más entropía, más incertidumbre, más arrimo a la muerte. Por eso, a menor cantidad de estados probables (baja entropía), menos información para procesar. Así es como la entropía, en términos de información y no de calor, explica para Solms fenómenos inmateriales como la mente. Minimizar la información que procesamos es minimizar la incertidumbre. ¿Para qué?

 

Teleología darwiniana

Sobrevivir y reproducirse.

 

Energía (pero no en el sentido mágico-cósmico)

En el sentido termodinámico la energía puede ser útil o inútil. La utilidad es su capacidad para realizar un trabajo (calor, agua, vapor, motor). Pero en todo proceso natural parte de la energía se vuelve inútil, dispersa, no aprovechable. Nunca se puede aprovechar toda. Con la dispersión de la energía útil disminuye la capacidad para llevar a cabo un trabajo. Con más energía disponible, en cambio, aumenta la capacidad de trabajo para tu principal agencia (la supervivencia). La homeostasis, repite Solms, pone límites a nuestra cantidad de estados probables, o sea a la entropía, limitando a su vez la dispersión de la energía y manteniéndonos (seres) vivos mediante la realización de un trabajo efectivo. Nada peor para un sistema biológico autoorganizado (como vos, como yo) que la pérdida de capacidad de trabajo. Nada peor para un cerebro predictivo y perezoso (como el tuyo, como el mío) que no minimizar la energía dispersa.

 

Autoorganización

Se da en diferentes niveles: ambiental, social, celular, neuronal. En un nivel fisiológico sus mecanismos hacen posible la homeostasis. Esta vez, para variar, diremos que se trata de minimizar la sorpresa, pero en definitiva es lo mismo: reducir el margen de probabilidad, la demanda de mayor información, la energía dispersa. En los sistemas autoorganizados el intercambio dinámico con el entorno es clave. Esta interacción se basa en la creación de un modelo del mundo. Todos estos sistemas parecen tener una mente propia, afirma Solms, cierta racionalidad primitiva. Se cree que todos tienen la facultad de sentir, inferir las causas de sus estados sensoriales para –¿ya lo hemos dicho?– no dejar de existir. 

 

Mantas de Markov

Es el modelo del mundo que tiene todo sistema biológico autoorganizado (vos y yo). Es decir, sus estados sensoriales para registrar el mundo al que no pertenece, lo que no es (aunque esto no les haga gracia a los monistas del todos somos UNO y la conciencia universal). El modelo se usa para hacerse una idea y generar inferencias. Pero el modelo es más mapa que territorio, y la representación se debe poner a prueba. Así, las inferencias guían acciones, que no son más que experimentos para confirmar, actualizar, mejorar el modelo del mundo. Las Mantas de Markov desempeñan un papel fundamental en nuestra comprensión de la realidad y la forma en que nos relacionamos con ella.

 

Cerebro bayesiano

El que actualiza sus predicciones en respuesta a los errores de predicción, combinando conocimiento previo con nueva evidencia. Sin este ajuste habría siempre retroalimentación por error, lo que supone (otra vez) más flujo de información para procesar, más entropía, más incertidumbre, más arrimo a la muerte. El ajuste reduce el error y mejora el modelo del mundo, es decir mi mejor suposición de lo que hay realmente ahí afuera. «En lugar de pienso, luego existo –escribe Solms–, existo, mi modelo es viable».

 

Conocimiento de fondo

Es la idea hipotética en la que se basa el concepto de cerebro bayesiano, y responde a la pregunta sobre el conocimiento previo en un comienzo, es decir, cuando aún no se han reunido pruebas sobre el mundo. La respuesta sería que nacemos con predicciones propias de la especie. Aquello que les funcionó bien a nuestros antepasados evolutivos. «Somos beneficiarios de sus éxitos biológicos –dice Solms–, que fijan las premisas básicas de nuestra existencia». Pero añade que no es suficiente para atender a nuestras pulsiones biológicas, ya que los instintos deben complementarse por medio del aprendizaje y la experiencia.

  

La valencia afectiva

Similar a la valencia hedónica (si es que no son la misma cosa). Son nuestros sentimientos sobre lo que es bueno (seguir existiendo) y lo que es malo (dejar de existir). Son los afectos que guían tu comportamiento cumpliendo con la función biológica de la conciencia. No es fácil morirse, dijo un poeta. Puede que ya no quieras vivir, pero la biología te obliga siempre a sobrevivir.

 

 

 

Más sobre Solms y el psicoanálisis en Un científico llamado Freud

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