Blog

14-03-2025 Notas

Facebook Twitter

Por Pablo Manzano

«Nuestros actos influyen en la dirección que toman las cosas», afirma un amigo. Por supuesto, le responderían desde la neurociencia menos divulgada por los suplementos domingueros, pero eso no significa que no estén determinados. 

Leí por ahí que el elefante en el laboratorio es la incompatibilidad del libre albedrío con la ciencia actual. Pero parece ser que en el amplio mundo de la ciencia actual no todos se protegen de las creencias tan bien como se cree. Así como la ideología de las humanidades puede adornarse a veces con rigor científico, el rigor científico se nutre en ocasiones de creencias o ideologías, sobre todo allí donde hay vacíos de conocimiento. Incluso entre algunos materialistas, que no admiten un yo inmaterial tipo alma y que deberían ser los primeros en sostener que las decisiones están regidas por las leyes de la materia, se proclama el libre albedrío, basado justamente en ese yo que decide y elige. Se dice de ellos que siguen manejando conceptos teológicos. Se dice de quienes lo dicen que son demasiado ortodoxos y siguen aferrados a categorías semiclásicas (determinismo, predictibilidad). Y no faltan los físicos místicos que señalan a sus colegas por carecer de espiritualidad, por continuar con la visión mecanicista y por seguir hablando de sustancia y materia (y no de energía). 

En esta batalla científica-ideológica-cultural que a nadie le importa (o que no entretiene tanto como la interna de un partido político) hay cierto acuerdo sobre cómo la interacción de la biología con el ambiente influye en las acciones y decisiones, pero, para contrarrestar su efecto sobre la libertad y la voluntad, suelen invocarse tres fenómenos de los que se ocupó la ciencia revolucionaria del último siglo: el caos, la cuántica y la complejidad.

 

CAOS

La mayor enseñanza de esta teoría (Lorenz, años 60) fue lo impredecible. ¿Algo más impredecible que el clima o el mercado de valores? Otros sistemas (aparentemente) caóticos: células, cerebros, personas, sociedades… Lo que hace impredecibles a estos sistemas son sus interacciones no lineales, justamente lo mismo que hizo que la Teoría del Caos tardara en triunfar. Y es que para la ciencia reduccionista la no linealidad, consistente en múltiples variables, era un quebradero de cabeza. Mejor seguir estudiando todo con un número limitado de variables manejables, ignorar los sistemas caóticos. Hasta que ya no se pudo más y la Teoría del Caos explotó (años 80). Fue entonces cuando los físicos fumaporros del caotismo empezaron a conseguir puestos de catedráticos en Oxford, a fundar empresas para saquear el mercado bursátil; cuando empezó a proliferar el arte, la arquitectura y la literatura inspiradas en el caos. Y cuando varios físicos empezaron a afirmar que el comportamiento humano, en tanto impredecible, se caracteriza por la libertad. «Dado que en los sistemas caóticos una diferencia mínima en las condiciones iniciales puede amplificarse de manera impredecible y conducir a resultados completamente diferentes (acciones, elecciones, decisiones), la ciencia no puede demostrar la imposibilidad del libre albedrío» (Gert Eilenberg, salvo mis cursivas). 

¿Qué argumentan los escépticos? Pues que aunque el determinismo absoluto de Laplace, según el cual todo se podría llegar a predecir, haya caducado, no significa que el mundo haya dejado de ser determinista. Mucho menos los sistemas caóticos, determinados en primera instancia por las condiciones iniciales (tu ambiente fetal, tu formación cortical, tu entorno cultural, etc.) y en los que cada paso de su progresión está hecho de determinismo más que de capricho. La no linealidad sin duda vuelve al sistema impredecible, pero (y aquí estaría el error persistente) impredecible no es indeterminado, y predeterminado no es predecible. El determinismo explica por qué ha ocurrido algo, y la predictibilidad explica qué ocurrirá. Los partidarios del «caotismo = libre albedrío» no estarían haciendo esta distinción básica, ni considerando que los sistemas caóticos, si bien son impredecibles, también son deterministas. Todo lo que ocurre en un sistema caótico (tú, yo, él, ella), más allá de que no se pueda predecir, tiene su origen en lo que ha ocurrido antes (a nivel hormonal, genético, ambiental, etc.). Por lo que el caos difícilmente estaría del lado del libre albedrío. 

 

CUÁNTICA  

Hay un mundo, en cambio, sin una pizca de determinismo, y es la realidad subatómica. Siendo muy didácticos, allí las cosas no existen en un lugar determinado, sino que están en todos al mismo tiempo (superposición de estados cuánticos). Esa amplia probabilidad de estados, que solo se da previo a la observación, se conoce como indeterminación de Heisenberg (el físico, no el narco envalentonado por el cáncer de aquella serie americanoide). Muy conocido es el experimento del electrón que pasa por dos rendijas a la vez, y que solo cuando se coloca un detector para observarlo se comporta como se espera que lo haga, pasando por una sola rendija, manifestándose así un solo estado, un solo resultado que será (no lo olvides) aleatorio, al azar, dentro de la distribución de realidades probables. La razón por la que la observación y la medición hacen que esto suceda es un misterio. El mundo de las partículas es un mundo extraño que no se puede explicar del todo, y como no se puede explicar se extrapola de una manera aún más extraña. 

Las cosas se ponen muy raras cuando se asume que nuestro mundo visible y determinista funciona como el de las partículas. Cuando se interpreta que puedes estar en varios lugares a la vez, que no eres más que un potencial, que tu presente es una probabilidad entre varias y que puedes obtener cualquier otra manifestación de la realidad (curarte el cáncer, hacer que tu jefe te suba el sueldo, cambiar tu pasado). Sólo con el poder de la observación, de la mente (de tu omnipotencia infantil). En sintonía con lo que demuestra la cuántica, dicen los extrapoladores, la realidad es maleable y tu mente influye en la materia: todo no es más que un estado de conciencia. Elige tu experiencia. Elige tu propia aventura. Eres libre de elegir.

Se dice que, sin llegar a estos extremos de dopamina, los intentos de algunos estudiosos por ver la prueba del libre albedrío en la física cuántica son igual de crédulos. Los escépticos argumentan que la extrañeza de la indeterminación cuántica no se filtra, antes se desvanece, a medida que aumenta la escala: no puede ascender a los niveles macro de la realidad, ni amplificar sus efectos, ni influir en el comportamiento. Porque si así fuera, ¿cómo sería? –se preguntan. ¿Apretaríamos el gatillo y perdonaríamos una vida al mismo tiempo, y solo la llegada de la policía reduciría las probabilidades a una? Si así fuera, concluyen, nuestro comportamiento sería aleatorio. (En algún lugar, como en una ficción cuántica, Milei sería asistente social y Diana Maffía posaría para Playboy). Pero aleatorio no significa libre. Por lo que los escépticos se siguen haciendo preguntas. ¿Cómo se pasa de la aleatoriedad a la racionalidad de elegir libremente? ¿Cómo es que de una teoría basada en el azar, como es la cuántica, se puede deducir el libre albedrío y concluir que tomamos nuestras propias decisiones? ¿Hay acaso algo menos azaroso que una decisión?     

 

COMPLEJIDAD 

Esta ciencia ayuda a entender los comportamientos colectivos: en células, neuronas, abejas, humanos… De toda agrupación emerge un fenómeno con nuevas propiedades que no se hallan en las partes, como no se halla la humedad en una molécula de agua. «Más es diferente» (Anderson, premio Nobel). Se dice que detrás de un fenómeno colectivo no hay plan maestro, ni creador de planes, ni planificador. ¿Ni un Hitler, ni un Stalin? La emergencia colectiva seguiría reglas de interacción sin instrucciones, sin una autoridad centralizada. Imagina una abeja (libertaria o empoderada) que se pone a bailar, su baile emite una señal quimioatrayente, otras abejas migran hacia ella, se agrupan, lo que duplica la potencia de atracción, las señales de reclutamiento aumentan, más abejas participan (pertenecen), la agrupación local espontánea es óptima: crece, se bifurca, se expande. Simplificando mucho, así es como emerge una nueva religión, una nueva ola feminista o una nueva ola de amor libertario. Sin que ninguna de las partes dirija, compare, decida o elija. La elección óptima surge implícitamente, es la inteligencia del enjambre, que solo se da en el nivel emergente.

Podría parecer que lo anterior no está muy a favor de la elección individual, sin embargo la complejidad emergente también viene al rescate del libre albedrío. Se argumenta que los requisitos del libre albedrío (intención, elección, acción) no se pueden hallar en los procesos físicos donde se originan (lo genético, lo biológico) ni comprender a través de los mismos. El libre albedrío sería un fenómeno autónomo de un nivel superior, el de la psicología, el de las propiedades nuevas que emergen del encéfalo y que no se hallan en sus partes. La mente, independiente de las neuronas, genera comportamientos: actos libres, impredecibles, indeterminados. 

Los escépticos replican afirmando que toda complejidad emergente sigue estando compuesta por sus partes (no hay enjambre sin abejas, ni mente sin neuronas). En el caso de un sistema vivo, las partes tienen limitaciones biológicas que no se pueden transcender (las abejas no dejan de ser abejas, las neuronas no dejan de ser neuronas). Por muy nuevas e inesperadas que sean las propiedades emergentes de un cerebro, las neuronas no se liberan de su historia. Por lo que no podrían, según se cree, contener un fenómeno empaquetado en una mente, una conciencia, un alma. Un fenómeno autónomo como ese yo que decide libremente: a la hora de matar, votar, pensar, desear, amar, comprar…

 

 

Creamos realidades y en ellas creemos: dioses moralizadores (ojos en el cielo) o entes (libres) con responsabilidad moral. Y no es que esas realidades dejen de habitar en nosotros solo por nuestra resistencia a creer en ellas. El libre albedrío es una de las realidades intersubjetivas que nos habitan. En ella los muchos creyentes y poquísimos escépticos comparten el consuelo. Porque puede ser un consuelo la idea de que tus actos y decisiones surgen de fuerzas biológicas modeladoras, de que no eres responsable de tus impulsos, tu desolación, tu vida malograda (de que no tienes la culpa de ser el peor en lo que mejor haces). Pero también puede serlo la creencia de que tus actos no están determinados; tener una razón de ser, no sentirte alienado, sentirte un sujeto (político, espiritual) con capacidad transformadora, creer que eres quien configura su destino; es el consuelo de no tener que enfrentarte al sinsentido. 

Lo irrevocable (la muerte) al menos une, hace que nos acerquemos y compartamos simpatías y antipatías ideológicas (las llamamos valores), y así todo esto que llamamos vida parece tener sentido. El sinsentido, en cambio, nos aísla. ¿Cómo sería convivir con el sinsentido de que no hay libertad de elección ni responsabilidad? Un mundo en el que no hubiera nada que condenar ni perdonar, en el que la gran mayoría hubiera desconectado de esta realidad intersubjetiva, tras haber muerto la última generación de quienes todavía creían en la voluntad y la libertad. ¿Cómo afectaría eso a quienes siguieran en este mundo? ¿Caerían en la desidia, en la depresión? ¿Se volverían desaprensivos, saldrían a matar? Hay un país donde salen a matar a menudo (run amok), se llama Estados Unidos, y no es que allí no crean en la libertad y la responsabilidad. Si un día se dejara de creer en eso (más allá del escenario utópico o distópico), sin duda surgirían otros seres. ¿Mejores, peores? Quizá ni tristes ni furiosos. Quizá hasta llegarían a comprender las malas acciones de alguien muy distinto, sin odiarlo más que a un virus, una tormenta, un oso, un terremoto, aunque exigiendo al mismo tiempo que ese alguien sea retirado de circulación, cual un auto sin frenos. Claro que para llegar a eso habremos tenido que asumir nuestra condición de máquinas (biológicas, complejas, caóticas, pero máquinas al fin). Y nuestra condición animal. (¿No es así como ya consideramos a los aborígenes de esa isla, Sentinel, sin haberlos juzgado nunca por sus asesinatos, como si fueran fieras y su isla la fosa en la que algunos imprudentes se metieron y murieron malamente?) Pero sobre todo, si un día se abandona el libre albedrío, será porque se habrá abandonado también todo enfoque poético, filosófico, místico, cósmico, abstracto, emocional y trascendental del universo; porque habremos aprendido a convivir con el sinsentido de un universo inerte, vacío, sin música, sin dioses, sin conciencia única, en el que de vez en cuando los átomos se juntan por un rato y surgen células, órganos y cosas tan locas como mentes que no paran de inventarse (y agruparse en torno a) identidades y realidades, hasta que se extravían, se apagan, dejan de ser. Y solo queda (perdura apenas por unos cuantos siglos o milenios) el mito de sus realidades inventadas. Y el humus, claro, del que acaso crecerá una calabaza. 

 

 

 

 

Más sobre este tema en El oxímoron de tomar decisiones

Etiquetas: ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.