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15-10-2019 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Oh, el trabajo y su manto que nos envuelve y nos dignifica; bueno, yo, si pudiera, lo evitaría. Sin embargo, como dicen los sabios de la síntesis: no queda otra. El trabajo es algo más que un embudo identitario donde se revuelven nuestras expectativas y frustraciones, es también la base de la teoría materialista de Karl Marx: una suerte de soga de acero que nos ata a la realidad por más que nos aferremos a lo ideológico, lo sentimental y lo afectivo. En este sentido, cuando metemos las patas en el agua laboral sabemos que estamos en la puta realidad. ¿Por qué, entonces, el tono de enojo? Porque el trabajo, dentro de este capitalismo regulado por el mercado, para todos aquellos que pertenecemos a la clase obrera, es el lugar donde, no sólo se nos explota a niveles insospechados, sino que también se nos aliena, convirtiéndonos en meros instrumentos operativos. ¿Y cuánto se profundizó esta deshumanización durante la era Cambiemos?

La reforma laboral es uno de los pilares de la utopía macrista. Al saber que hoy resultaría imposible aplicar una flexibilización como la de los noventa, el Gobierno se contenta con pequeños golpes que, en medio de esta crisis económica, se vuelven prácticamente letales. Hace apenas unos días, se modificó por DNU la forma de calcular las indemnizaciones laborales cumpliendo con el pedido, no sólo del FMI, sino también de las cámaras empresariales: facilidad para echar gente. Sin embargo, ya hay fallos que le exigen al Gobierno dar marcha atrás por la inconstitucionalidad de la medida. ¿Acaso el poder legislativo está pintado? Bueno, tal vez. Lo cierto es que cualquier medida recesiva es avivar el fuego: en Argentina hay dos millones de desocupados y tres de cada cada diez personas que tienen trabajo están en la informalidad.

Ahora, en la curva final de su mandato, Mauricio Macri sonríe a las cámaras y grita “¡sí, se puede!” mientras los índices de su gestión dicen “no, no se puede”. El discurso de Cambiemos en estos casi cuatros años dirigiendo el triángulo ejecutivo —Nación, Provincia y Ciudad— fue el de la meritocracia: una torpe discriminación positiva por méritos. Un optimismo todoterreno que se choca de frente contra la pared de la realidad. Estos números no borran sus sonrisas de plástico, pero al menos le quitan la poca gracia que les quedaba: la pobreza en Argentina alcanzó el 35,4 % de la población —en los menores de 14 años el número es de 52,6%— y la indigencia el 7,7%. Esto lo informó el Indec el 30 de septiembre. En términos absolutos, hay más de 16 millones de pobres en el país, de los cuales 3,4 millones son indigentes. ¿Qué es lo que “sí, se puede” entonces?

II

Hace unos días se viralizó una foto donde una trabajadora de Pedidos Ya carga a su bebé, al mismo tiempo que lleva su bici y su mochila cúbica de la empresa. Si el mundo es, como decía Eliseo Verón, una gran semiosis social, entonces el foco debe ponerse en los discursos que se generan a partir de la foto, como una cadena infinita e impredecible. Si bien Reverso se encargó de chequear que la mujer no sale a trabajar con su bebé colgando —oh, el bebé, el bebé—, los sentidos se bifurcaron de inmediato. Por un lado, los que alentaban su voluntad imbatible; por otro, los que se preocupaban por la privacidad de la mujer que, quizás, no quería ser fotografiada; pero nadie pudo omitir que se trataba de una postal de la precarización. Lo que hay que destacar aquí con más objetividad que intencionalidad es lo que ocurrió en el período macrista y ya algunos analistas lo mencionaron: la uberización de la clase obrera.

El diccionario dice que algo precario “es poco estable, poco seguro o poco duradero”. Todo eso ocurre con el trabajo de las plataformas. Los algoritmos son los que asignan las tareas y calculan el salario en base a la productividad. Un trabajador de app empieza su jornada ni bien está online. Puede hacerlo un rato o durante todas las horas corridas que el cuerpo resista. Una idea de libertad que es falsa porque la autoregulación de los tiempos está determinada por la necesidad. Como dice Byung-Chul Han, autoexplotación vendida como emprendedurismo. ¿Y quién se queda con la plusvalía de un trabajo que, para obtener un ingreso digno, hay que trabajar mucho más de ocho horas diarias? Empresas de capitales extranjeros, fantasmas sin rostro, multinacionales con logos cancheros. Mientras tanto, el obrero ya no sabe cuándo está en el trabajo y cuándo no. El problema no es trabajar, sino la falta de regulación sobre estos trabajos. Y Cambiemos parece destacarse en hacer, como dicen por ahí, la vista gorda.

En el periodismo esta tendencia crece. Las redacciones tienden a achicarse y aumenta el trabajo freelance. Según un informe del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) del 30 de septiembre, el 94% de los trabajadores freelance cobra por debajo de la línea de pobreza, un 62% declaró facturar menos de $10 mil mensuales y un 17% entre $10 mil y $14 mil. También se los llama colaboradores, porque trabajan como monotributistas desde la casa enviando sumarios y escribiendo notas sin siquiera pisar la redacción. Hoy en día, vivir del periodismo se ha convertido en un privilegio. Como muchos obreros de app, el periodismo freelance “ayuda” a aumentar el salario de los trabajadores que viven de otra cosa. 

¿Y en el Estado? Con el discurso de los ñoquis, Cambiemos ajustó sin miedo. Tenía el aval de las elecciones y el aparato mediática coreando a favor. Y en ese achique estratégico se degradó el rango de varios ministerios: Energía, Turismo, Trabajo, Agroindustria, Salud, Cultura y Ciencia y Tecnología se convirtieron en secretarías. Eso se traduce en fenomenales recortes presupuestarios. Pero más allá de los despidos —el Gobierno se encargó de encubrir su maniobra con una estigmatización al empleado estatal—, el sistema de contratación que creció durante el kirchnerismo, Cambiemos no sólo lo mantuvo, sino que lo profundizó. Un buen ejemplo son los agentes de tránsito de la Ciudad que, tras la muerte de Cinthia Choque, lograron visibilizar su precaria situación: el 80% de los empleados de tránsito en la calle son monotributistas y cobran 22 mil pesos por mes

III

Pero no todo está perdido. Como decía Gramsci: pesimismo de la inteligencia pero optimista de la voluntad. Ese optimismo se ve en la gente que rodea a trabajadores ambulantes cuando la Policía de la Ciudad los quiere desalojar: ciudadanos rodeando a los acusados de delincuentes como quien se amotina frente al enemigo cubriendo a los compañeros heridos. Esa masa de gente saca el celular para filmar cualquier despropósito y canta a los gritos hasta que la Policía se repliegue y no le quede otra que irse. Si no hay trabajo, ¿cómo se supone que alguien debe sobrevivir? Iventándoselo. Así, en medio de esta crisis económica, la venta ambulante creció exponencialmente. Según la Cámara Argentina de Comercio, de enero de 2018 a enero de 2019, aumentó un 252% en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Acaso no querían emprendedurismo?

El trabajo nos atraviesa —algún humorista estiraría la metáfora y diría “nos ensarta”— y no hay otra salida que esperar el impacto. No es pasividad lo que sugiero; sino todo lo contrario. Si la explotación de clase es el último tema que el capitalismo y las democracias liberales quieren discutir, entonces hay que reivindicar nuestra identidad obrera y organizarnos en los campos de batalla: los lugares de trabajo. Bajo comisiones internas, bajo sindicatos, bajo agrupaciones políticas, lo que sea. La forma de revertir esta alarmante situación a la que nos ha sometido el macrismo con su idiotizante revolución de la alegría es la organización de la clase trabajadora. Y aunque suene utópico —¿acaso no es típico del capitalismo tildar de utópico todo lo que detesta?—, es la salida más próxima, materialmente hablando. Como dicen Los Maruchos: de nosotros depende.

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Comentarios

'2 Responses to “Los años precarizados de la era Cambiemos”'
  1. […] el último tramo de la gestión de Cristina Kirchner y los cuatro años completitos de Cambiemos la flexibilización laboral fue creciendo a pasos agigantados. A la fecha, y según el Indec, Argentina tiene una pobreza del […]

  2. […] Argentina tiene una desigualdad alarmante. Cuando Mauricio Macri dejó el gobierno, el Indec contó 16 millones de pobres en el país, de los cuales 3,4 millones son […]